El otro día, un amigo me enseñó su “último MVP”.
Era una app para gestionar el correo, MaiL. El pitch me flipó.
— Estoy harto de recibir tantos correos.
— Me paso horas a la semana filtrando emails de newsletters, spam...
— Hay hilos de correo infinitos para agendar reuniones, a pesar de que existen herramientas que resuelven todo esto.
Check, check y check. ¡Por favor, dame algo que resuelva todo esto!
La solución de mi amigo: una app que integra correo y calendario con un agente (sí, el API de OpenAI) que gestiona todo como si tuvieras un asistente personal que te ayuda a reducir el inbox y centrarte en trabajar. Su MVP proporcionaba:
Etiquetas inteligentes para agrupar los correos en función del contenido.
Resumen de los correos agrupados por categorías.
Modo “autoreply” para conversaciones sencillas como la gestión automática de citas (básicamente, dejarle a la IA contestar por ti únicamente para cuadrar la cita).
Pero mi experiencia con MaiL dejó mucho que desear.
Primero, MaiL no era una app, era una webapp. Desde el punto de vista de validar funcionalidad, está bien. Pero, personalmente, cuando me venden una aplicación para gestionar el correo, me imagino una aplicación lista para colocar en el lugar más privilegiado del móvil, la barra inferior de aplicaciones, lista para acceder a mis correos a lo largo del día. Llevar esta experiencia a una webapp dificulta la usabilidad desde el móvil para la mayor parte de los usuarios. Las funcionalidades que lo acompañan tienen que ser excepcionales para que usuarios normales terminen utilizando el producto.
Las etiquetas automáticas funcionaban bien, pero tras usar la web un rato, te das cuenta de que asociar Lenny’s Podcast a newsletter es algo que tu cerebro hace automáticamente, por lo que no aporta tanto valor. Además, algunos emails de clientes se clasificaban erróneamente como soporte. Nada dramático, pero me dejó indiferente.
Para rematar, el resto de funcionalidades estaban construidas con…
… un chatbot.
— Resume las newsletters — escribía mi amigo, y te hacía un resumen.
— Contesta esta conversación con autoreply — le indicaba, y te daba una respuesta generada. — No hemos integrado la respuesta en el email por si acaso se equivoca, pero podríamos — me explicaba mi amigo.
Todo estaba integrado en una conversación que iba cambiando de contexto con prompts autogenerados, como si se tratase de una demo de ChatGPT de hace tres años.
Pero no estamos hace tres años. Ahora estamos en un punto de inflexión.
Hace tres años, este MVP habría sido una locura. La capacidad de etiquetar contenido, resumirlo e incluso desplegar el proyecto habría impresionado a cualquiera. Habría sido innovador, habría mostrado una habilidad técnica que habría captado la atención de muchos. Pero los tiempos han cambiado, y los LLMs han impactado fundamentalmente cómo trabajamos y cómo generamos valor. Las expectativas han aumentado y, por ende, lo que una vez se consideró impresionante hoy simplemente no lo es. Crear un proyecto web que se conecte al API de OpenAI y genere respuestas de forma automática no aporta suficiente valor. Ya no podemos conformarnos con lo básico. Por eso, al generar un MVP, debemos tener más claro que nunca qué estamos intentando validar.
En este caso, la propuesta de valor era clara: dedicar menos tiempo al inbox. Pero el MVP no lograba esto. De hecho, empeoraba la experiencia. La UX era considerablemente menos rica e intuitiva que la de cualquier cliente de correo, como Gmail, Office o Mail. La usabilidad del chatbot no superaba en nada a los GPTs disponibles en el marketplace para responder correos. La falta de una mejora tangible hacía que todo se sintiera como una versión más torpe de algo que ya teníamos disponible. El foco de un MVP debe estar en aprender cosas que solo los usuarios pueden decirnos con su comportamiento:
— ¿Cuánto estás dispuesto a pagar?
— ¿Cuántos días pasarán antes de que te olvides del producto?
— ¿Qué botón no usarás aunque esté en la home con sombras de neón?
Estas son las preguntas que buscamos validar con un MVP. Si el contexto es lanzar un producto rentable, siguen aplicando los mismos principios que llevamos usando durante todos estos años: cuál es el mercado objetivo, qué hacen los competidores para defenderse de nuevos players y cuál es el modelo de negocio que tenemos que operar para atraer nuevos clientes y poder ganar dinero. Si desarrollas una aplicación en un fin de semana, ¿cuál es tu ventaja competitiva? Si has logrado hacerlo sin saber programar, ¿qué tan mejor será el producto de alguien que lo haga a tiempo completo y con experiencia? La velocidad no es lo único que importa. Más allá de la velocidad, importa la calidad. Importa la experiencia del usuario. Importa el impacto que tenemos en los usuarios que tocamos.
La capacidad de crear cosas que enamoren ha aumentado, y por tanto deberíamos elevar la exigencia de las preguntas que intentamos responder. “¿Puedo construir esto?” cada vez es menos relevante, el verdadero reto ahora es “¿lo usarán?”. Necesitamos desafiar nuestros propios estándares buscando la diferenciación en otros aspectos, como la profundidad de la solución, la personalización y la efectividad. Ya no se trata solo de crear, sino de crear algo que deje una huella significativa.
Cuando mi amigo terminó de mostrarme el MVP, traté de imaginarme cómo sería si realmente me ahorrara tiempo, si de verdad transformara mi experiencia con el correo electrónico. En mi mente, me vi hablando con la aplicación.
— MaiL, ¿qué hay de nuevo hoy? — le diría.
— Buenos días, tienes tres correos importantes que deberías revisar — respondería el asistente —. Dos son de clientes potenciales que quieren una reunión, y uno es una confirmación de una entrega.
No habría una lista infinita ni ruido; todo estaría donde debe estar, sin chatbots ni prompts interminables, solo una respuesta clara y concreta. Es esa fluidez lo que marca la diferencia. Y esa es la clave: lograr que la experiencia sea tan sencilla y directa que el usuario sienta que tiene un asistente personal que le conoce a fondo y sabe lo que necesita.
Visualizo una experiencia donde la app no solo me dice qué es importante, sino que lo gestiona de forma fluida, entendiendo mis preferencias y asegurando que me sienta en control, pero sin el trabajo redundante. La IA debería anticiparse, entender patrones y actuar como un verdadero asistente, no simplemente un intermediario que necesita ser guiado.
La facilidad para crear herramientas ya no es un diferenciador. Las herramientas, APIs y modelos están disponibles. La cuestión es si podemos construir algo que transforme la experiencia del usuario de manera significativa, no solo impresionarlo con capacidades técnicas superficiales. Se trata de resolver problemas reales de forma tan efectiva que los usuarios se pregunten cómo vivieron sin esa solución. Un MVP que solo conecta una API a una interfaz ya no es suficiente. Debemos ir más allá: crear una experiencia que los usuarios encuentren útil y les encante. Una herramienta que ahorre tiempo, elimine el ruido, y les dé tranquilidad mental.
Preguntémonos siempre, ¿cuál es la experiencia que buscamos entregar? Si queremos que los usuarios ahorren tiempo, debemos pensar en qué partes del proceso los ralentizan y cómo mejorarlas. Un MVP debe ser la primera versión de esa solución, no solo una prueba de que la tecnología funciona. Ya sabemos que funciona, pero ¿es lo suficientemente buena para transformar la vida del usuario?
Los usuarios no solo buscan reducir correos en su bandeja, sino ganar control sobre sus vidas digitales. Si podemos ofrecer eso, tendremos un producto esencial. Para llegar ahí, el MVP debe validar no solo funcionalidades, sino emociones y adhesión.
Hoy podemos construir más rápido que nunca, pero con ese poder viene la responsabilidad de apuntar más alto. No se trata solo de crear, sino de hacer algo que realmente marque la diferencia y que los usuarios no puedan dejar de usar. El desafío es claro: aprovechemos estas herramientas no para generar más de lo mismo, sino para crear experiencias realmente nuevas, productos que resuelvan problemas de manera tan efectiva que los usuarios quieran pagar por ellos, recomendarlos y volver a ellos una y otra vez. Es tiempo de elevar nuestras expectativas. Porque si bien crear nunca fue tan fácil, sorprender y deleitar sigue siendo un arte que debemos perseguir.
Así que cuando pienses en tu próximo MVP, pregúntate: ¿qué preguntas fundamentales va a responder? ¿Qué nivel de conexión tendrá con el usuario? ¿Realmente hará la vida más fácil, más llevadera, más feliz? Porque al final del día, eso es lo que importa. Y con las herramientas que tenemos a nuestro alcance, debemos aspirar no solo a ser buenos, sino a ser memorables. Crear un impacto, no solo un producto.
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Muy bueno. Me quedo con la pregunta: ¿cuál es la experiencia que buscamos entregar?
Muy chula la de hoy 🙂👌🏻